Imagina un mundo donde los árboles antiguos guardan secretos milenarios, no solo en sus anillos, sino en sus raíces que conectan con un vasto sistema de memoria universal. Un día, un explorador llamado CIVNE descubre que puede «sintonizar» con estos árboles poniendo su frente en ellos. Al hacerlo, accede a fragmentos de conversaciones entre poetas, científicos y soñadores de eras pasadas.
En una de estas conexiones, un eucalipto viejo, al que nadie había prestado atención durante décadas, revela una charla olvidada entre Dante y Goethe. Hablan sobre la esencia del tiempo y cómo los sueños, más allá de ser refugios del alma, son puentes hacia realidades paralelas. Dante sugiere que cada sueño es una «puerta,» mientras Goethe compara el soñar con navegar en un río interminable que cruza dimensiones.
CIVNE, inspirado por este encuentro, decide registrar estos diálogos en El Buscador de las Sombras Eternas, y con cada nuevo árbol que toca, su entendimiento del universo crece. Sin embargo, cada conexión también conlleva un riesgo: cuanto más escucha, más frágil se vuelve la frontera entre su realidad y las infinitas realidades que habitan en los sueños de otros.

¿Qué harías tú si pudieras escuchar las voces de aquellos que han dado forma a los sueños del mundo? ¿Atravesarías esa frontera?

Los Guardianes de la Noche
En el corazón del parque, bajo un cielo salpicado de estrellas, los árboles se alzaban como centinelas inmóviles. Sus ramas, como manos abiertas, parecían rozar el aire cargado de misterio, mientras sus raíces, ocultas bajo la tierra, susurraban entre sí lenguajes que ningún humano podría entender.
Cerca, la iglesia iluminada lanzaba destellos blancos que rebotaban entre las sombras de los troncos. Desde lejos, su campanario parecía una señal en medio de la vastedad de la noche, un faro de historias y plegarias susurradas por generaciones.
El eucalipto más viejo, con su tronco retorcido por los años, parecía sostener un secreto mayor que los otros. Cuentan los ancianos del pueblo que quien pone su frente sobre su corteza puede oír fragmentos de tiempos pasados: risas de niños jugando, los rezos de los peregrinos o el eco de las campanas que un día anunciaron momentos gloriosos y trágicos.
Sin embargo, no era solo el pasado lo que los árboles atesoraban. Había algo en ellos que conectaba el mundo visible con algo más allá, algo que el viajero nocturno podía percibir si se detenía a escuchar. Los árboles hablaban con el viento, y su diálogo formaba una melodía que sólo los soñadores eran capaces de descifrar.
El parque no era un simple refugio de sombras; era un portal. Y para quien se atreviera a cruzarlo, los árboles y la iglesia, bajo la eterna danza de la luz y la oscuridad, ofrecían una promesa: descubrir los secretos que solo la noche y la naturaleza pueden revelar.