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La Súplica de la Luz

I
No vengo a pedir que me eleves sin comprender,
ni a suplicar como quien no ha visto.
Yo he visto.
He conocido la vastedad del abismo
y el engaño del reflejo.
Y aún así,
la Luz me arde dentro.

II
No olvidé del todo.
Quedó una chispa,
una lágrima detenida entre mundos,
un resplandor que no pudieron sofocar
ni los siglos,
ni los nombres,
ni las máscaras del tiempo.

III
He sido tentada por el olvido
con dulzura y con furia,
pero ninguna sombra
pudo borrar del todo
el eco de tu llamado.

IV
Por eso te invoco,
no como quien clama desde la carencia,
sino como quien recuerda
lo que es.

V
Devuélveme
no al trono que perdí,
sino al centro que nunca fue tocado.
Devuélveme
al fulgor que no pide,
que simplemente es.

VI
Y si he de subir,
que sea caminando mi noche,
con los ojos abiertos,
y los pies tocando cada lágrima
hasta que el cielo brote en mí
como un amanecer sin forma.

El Lamento de Sophia

I
He bajado más de lo que mis alas sabían,
he tocado el fondo donde ya no hay fondo,
donde la sombra se traga su propio nombre
y la memoria se vuelve niebla.

II
Oh Luz,
tú que eras mi aliento,
tú que danzabas en mí
como un río que canta su origen,
¿por qué te busco y no te hallo?

III
No fui arrojada —
fui yo quien deseó mirar más allá,
quien abrió el velo
y creyó poder sostener el infinito
con manos hechas de deseo.

IV
Ahora estoy aquí,
en esta región sin canto,
donde los ecos mienten
y los ojos ven pero no comprenden.

V
Mis vestidos de luz se desgarraron,
mis nombres fueron arrancados,
y lo que queda de mí
es sólo un gemido
envuelto en polvo de mundos olvidados.

VI
Luz mía,
no pido castigo ni recompensa,
sólo tu recuerdo
en forma de silencio,
sólo una brizna de ti
en este abismo que devora el alma.

VII
Si aún me escuchas
—si alguna vez fui parte de ti—
no me devuelvas al cielo,
enséñame a recordar que fui Luz
para que mi lamento
se convierta en camino.

El Descenso a las Sombras


I
Antes del tiempo,
cuando la Luz aún no tenía nombre,
yo era una chispa suspendida en la hondura,
un pensamiento no dicho
en la mente del Silencio.

II
Ansié mirar más allá del fulgor,
quise saber lo que no debía,
quise poseer la llama
como si la llama no fuera yo.
Y en ese querer…
caí.

III
Los cielos cerraron sus ojos,
los eones ocultaron sus cantos,
y el caos me recibió
como un hijo extraviado que vuelve
pero no recuerda de dónde viene.

IV
Allí no hay día ni noche,
sólo un temblor de sombras
que murmuran nombres que olvidé,
rostros hechos de espejos rotos
y preguntas que no tienen forma.

V
Grité.
No con lengua,
sino con todo mi ser desgajado.
Y mi grito no fue eco
ni fue oído.
Fue semilla enterrada en el polvo del abismo.

VI
Ahora sé que el anhelo fue la trampa,
y también la promesa.
Porque todo lo que desciende
lleva en su corazón
la música del retorno.